El escalofrío, por Pilar Carrillo Marín
El escalofrío*
Llegan
al mismo destino, pero uno ignora la presencia del otro. Es el primer viaje que
realiza Ella, es una isla, un lugar tropical, aunque no ha estado ahí sabe que
caminando se llega a la playa, porque siente el calor y la brisa cada que el
viento sopla; el paisaje verde con sus plantas de enormes hojas y los árboles
frescos con sus pájaros cantores de colores, el aroma a sal y agua medio
podrida son otra pista. Su presencia ahí es justificada al menos para ella,
necesita estar sola, donde nadie la conozca, por eso aquel pueblo con playa y
montaña, poco conocido y de difícil acceso es el mejor lugar, ni siquiera lo
dudó; sentía que debía estar allí. Él, sólo quería viajar.
Las
características de ambos me son tan familiares y les son tan familiares a ellos
mismos que el día de su encuentro, ese día que se miraron y se reconocieron,
bastó para volverse inseparables, no hubo más que las calles del pueblo como
paisaje y ese instante para cambiar las decisiones que tenían sobre lo que
inmediatamente seguía; compartían su individualidad, eran uno siendo dos; por
eso se encantaban porque nadie pedía nada pero entregaban todo.
La
única calle pavimentada llena de olores diferentes que caracterizan al lugar
con comida de la región cocida con leña, fruta colorida y flores aromáticas
provenientes de la montaña, imagen que parecía ser el fondo de una pintura
hecha por y para Ellos. Encontraron un puesto donde vendía pescado frito una señora
que no tenía cara, sólo voz y cuerpo; guiados por el aroma comieron sin ver el
plato, no era necesario, pues Ellos estaban juntos, mirándose a los ojos,
siendo reflejo uno del otro. La sensación simultánea provocada por el guiso causó
una reacción placentera que solamente ambos entendieron, parecía que se conocían
desde siempre, cualquiera lo pensaría, pero no tenía importancia. La visión es
limitada porque así lo decidieron, sólo existen Ellos, es su manera de hablar,
se entienden totalmente igual que como se entregan. Entre sonrisas y mirada
comen, distraídos absortos en ellos
mismos, en lo que la razón, el corazón quizá; les permite reconocer.
De
pronto escuchan un susurro, un reclamo en otro idioma. Con una mirada se
comunican, Él ve preocupación inmensa en Ella y responde:
–Ya
vámonos. Es la primera vez que escucha su voz con un tono de incomprensión, pero
no se detiene a pensarlo. Lo que comenzó como un susurro ahora es un lamento
con muchas voces, parece que no lo
entienden, pero causa una sensación de angustia en Ellos. No saben qué
hacer desde hace días, sólo se miraban, sonreían, sentían, con esa manera de
hablar se dicen:
_¡Corre,
dobla a la izquierda!
Junto
con el lamento oyen pasos de mucha gente, dan la vuelta y se encuentran con los
Otros, es aberrante, primero no había nadie, era como un pueblo fantasma pero
con gente que nunca vieron, que nunca escucharon pero que sí existía, un miedo
que les provocaba esa imagen.
Veían
a Otros caminando con algo en las manos lamentando en colectivo, los hacen
correr tomados de la mano, cuando Él la mira, encuentra miedo, desesperación,
sabe que quiere llegar pero ¿A dónde?, entonces siguieron corriendo con sus
manos juntas, apretadas para darse seguridad, dan la vuelta y ahí estaban otra
vez, suplicando, casi llorando recordándoles que no estaban solos, que alguien
más estaba ahí aunque lo ignoraban, el miedo no se ha ido, pero ahora les
otorgaba entendimiento y cuando se atravesaban en su camino decían:
_¡VAMOS
A CASA! y Ellos contestan:
_Nosotros
también.
Siguen
corriendo, es la segunda vez que Ella escucha su voz y la primera que escucha
la propia, pero no se detiene a pensarlo, continúan corriendo, dan la vuelta a
la izquierda, se dirigen hacia la montaña donde tienen su casa, la súplica no ha
terminado, sigue escuchándose:
_VAMOS
A CASA y Ellos siguen contestando:
_Nosotros
también.
Sin
dejar de correr contestan
_Nosotros
también… van a su casa en la montaña donde estarán a salvo otra vez con su
lenguaje de miradas, otra vez con Ellos mismos, siendo uno, sin que exista más,
nadie.
Me
despierto cuando dan la tercera vuelta, con el corazón acelerado, con una
sensación de angustia que mi cuerpo trata de expulsar convertida en sudor o
lágrimas. Pensar en ti me tranquiliza.
Sé
que eras tú, sé que era yo, pero en realidad, no éramos ninguno de los dos.
*Por: Pilar
Carrillo Marín
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